¿Hacia un ENRON de la Calidad?  
 
Tal como están las cosas con ISO 9000, nos
atr
evemos a vaticinar que el estallido de un escándalo en el terreno de la calidad es sólo cuestión de tiempo.

A finales del 2001, Lawrence D. Eicher, Secretario General de la International Organization for Standarization (organismo comúnmente conocido como ISO) advertía a las entidades certificadoras en ISO 9000 y a los organismos que las supervisan sobre la necesidad de "cortar de raíz las malas prácticas y descalificar a aquellos operadores deshonestos."

"Recibimos regularmente quejas acerca de certificados concedidos de forma inmerecida a compañías que no han sido auditadas correctamente, o sobre entidades certificadoras que se ofrecen para escribir el manual de calidad de la empresa y luego venderles un certificado," afirma Eicher en una nota de prensa reciente.

En España, nuestra experiencia de casi 15 años con ISO 9000 nos ha permitido vivir de cerca casos similares. En unos casos bajo la "tapadera" de una sociedad filial, y en otros utilizando la misma razón social sin ningún sonrojo, algunas de las entidades certificadoras que operan en nuestro país se vienen prestando desde hace años a operaciones de muy dudosa ética profesional en el contexto de la certificación. Las advertencias de ISO no son en absoluto gratuitas, ni van dirigidas exclusivamente a aquellos países líderes en los rankings de corrupción.

Dennis Arter, directivo de la Asociación Americana de la Calidad y uno de los pioneros de la auditoría de la calidad afirmaba en un reciente número de Quality Progress que "la auditoría de cumplimiento debe ser absolutamente separada e independiente de cualquier actividad de consultoría, y esta separación debe ser amplia, visible y conocida."

Para ilustrar los riesgos que entrañan estas prácticas, imaginemos por un momento un caso hipotético. El Director de Calidad de QUÍMICAS ABC, empresa del sector químico, contrata un paquete de asesoramiento + certificación a una entidad certificadora, que le concede el certificado ISO 9001 sin evaluar el sistema de calidad con el rigor necesario. Tiempo después, un lote de producto defectuoso expedido por QUÍMICAS ABC a su cliente más importante provoca un accidente con el resultado de intoxicación grave de tres empleados y daños severos en la maquinaria de producción. El cliente reclama una indemnización de medio millón de euros. Al no haber acuerdo, se lleva el asunto a los tribunales. Durante el proceso, queda al descubierto el hecho de que la entidad que ha otorgado el certificado ISO 9001 a QUÍMICAS ABC es la misma que ha "diseñado" su sistema de calidad. Esta prueba lleva al juez a dictaminar la culpabilidad de QUÍMICAS ABC e imponerle la máxima indemnización, al tiempo que recrimina a la entidad certificadora por su complicidad maliciosa. La multa deja a QUÍMICAS ABC en una situación financiera comprometida, y el Consejo de Administración destituye al Director de Calidad y al Director General.

¿Qué hubiese sucedido si el certificado ISO 9001 no hubiese estado "viciado" por el conflicto de intereses de la entidad certificadora? Posiblemente, el juez lo hubiese tenido en cuenta como circunstancia atenuante. Al fin y al cabo, hasta los mejores sistemas de control de calidad pueden tener fallos. La indemnización establecida hubiese sido menor, ya que la empresa habría podido demostrar que estaba poniendo los medios a su alcance para prevenir los defectos.

Y es que mezclar la auditoría con la consultoría no sólo es una invitación al chanchullo y al tejemaneje, sino también un peligroso dislate. Con unos suculentos contratos de consultoría con Enron por valor de 24 millones de dólares al año, ¿alguien cree que Arthur Andersen podía actuar con independencia de criterio al auditar las cuentas de este cliente? En el lenguaje empresarial, este dilema lo calificamos hoy como "conflicto de intereses". En el lenguaje de la calle, todos entendemos que "nadie puede ser a la vez juez y parte." Y hasta lo entendería nuestra abuelita, que muy probablemente acudiría al sabio refranero castellano para apuntillar que "el que parte y reparte, se lleva la mejor parte."

Al final, sin embargo, ha sido la peor parte la que le ha correspondido a Arthur Andersen. Su caída ha sido mucho más vertiginosa e inesperada que la de la propia Enron, y constituye un fenómeno que vale la pena analizar. Una compañía auditora es una institución que tiene como misión proporcionar confianza a las partes interesadas (clientes, accionistas, empleados) acerca de la adherencia a unas normas (contables, de calidad, medio ambiente, etc.) ¿Qué sucede si esta confianza se quiebra bajo sospechas de corrupción, o incluso de explícita conspiración? Que el desmoronamiento es más rápido que el de un frágil castillo de naipes. Lo malo es que este tipo de escándalos terminan minando la credibilidad de todo el sector, de modo que pagan por igual justos y pecadores. Y en terreno de la calidad, al igual que en caso de la auditoría contable, hay también excelentes profesionales y sociedades con una trayectoria ética irreprochable.

Es realmente difícil de comprender que tanta gente del mundo de la empresa sucumba con tanta frecuencia a estos oscuros manejos. En otro caso muy reciente, un conocido banco de inversiones norteamericano ha recibido un duro castigo en los tribunales por jugar con sus clientes a un juego parecido. Por un lado, colocaba en el mercado bursátil operaciones a gran escala de sus compañías clientes (ampliaciones de capital, emisiones de obligaciones, etc.) Por otro lado, asesoraba a sus clientes (inversores particulares) sobre las bondades de dichas inversiones, manipulando a su conveniencia los "ratings" que utilizan las firmas de bolsa para medir las perspectivas de la inversión. Cuando el mercado ha puesto a cada cual en su sitio, resulta que aquellas magníficas inversiones no son hoy más que papel mojado. En esencia, no es más que una variante sofisticada del "timo de la estampita".

Pero volvamos de nuevo a nuestra tesis inicial. ¿Es todavía importante la calidad? A nosotros no nos cabe la menor duda. Cada año, los problemas de calidad le cuestan el puesto al Presidente de alguna compañía de talla global. En 1999 fue el caso de Doug Ivester, CEO de Coca Cola, relevado por su nefasta actuación en el affaire de las botellas contaminadas en Bélgica y Francia. En 2001 fue el turno de Jacques Nasser, Presidente de Ford, completamente superado por el incidente de los neumáticos Bridgestone en el modelo Explorer. En España, el verano pasado estalló el caso de los dializadores de una conocida compañía farmacéutica multinacional, que provocó varias muertes y arruinó la reputación de la firma.

Con la llegada de la nueva versión de las normas ISO 9000, conocidas genéricamente como ISO 9000:2000, centenares de miles de compañías en todo el mundo tienen la obligación de poner al día su sistema de calidad para adecuarlo a un conjunto de requisitos ampliado, con importantes novedades que van más allá de unos cambios cosméticos aquí y allá. Para muchas empresas, es el momento de tomar el camino de la ética, la profesionalidad y el trabajo bien hecho. Para otros –seguro que no es su caso—es sólo el momento de adquirir una nueva estampita.

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